Mar sereno.
ser es en el mar.
ser y amar la calma,
brisa marina.
marea suave.
azul que guía.
navega(te)
Torrente es un flujo al que no se puede nadar en contra.
Abre caminos, invade, llena, desborda, se desata.
Torrente de vida que brota, abundante, impetuosa e intensa.
Esquiva la piedra, pero arranca la raíz.
Una fuerza capaz de crear nuevos paisajes.
La naturaleza moldeando a la naturaleza.
Una serie que evoca un escenario de paz.
Un vagar por el mundo de quien se lanza a la vida, al aire y al [a]mar.
Un infinito de posibilidades para quien vive de instantes, de ahora y de sutilezas.
El viento marca el rumbo de la hoja, del pájaro, del barco y del alma que vaga.
Y se desliza despacio, desprendida, [des]o[cupada].
La constante búsqueda de experiencias sensoriales me condujo a un viaje por la Chapada dos Veadeiros, donde las posibilidades de conexión con la tierra y el agua son infinitas.
Existe una riqueza en las texturas que emergen de la naturaleza y que necesitan ser sentidas de forma integral. Solo mirar no basta.
Son elementos que se cruzan y se entrelazan, dando lugar a una unión íntima. Ese tejido tiene el poder de conectarnos con un lugar de pertenencia, ya sea con la corriente del río, con la caída de la cascada o con el polvo de la tierra.
Travesía nace de la inquietud, del desasosiego, del deseo de superar barreras y alcanzar nuevos paisajes.
Nace, sobre todo, de una voluntad genuina de ir más allá de lo visible, pues no pretende simplemente cruzar, sino sumergirse, llegar tan hondo como sea posible, soltarse de las ataduras y fluir con la marea.
De repente, todo está fuera de lugar.
El tiempo y el espacio han adquirido otra dimensión y, en este momento, ninguna ruta parece tener mucho sentido.
Sin embargo, incluso sin ver el destino, el deseo es seguir.
A pesar del desorden, la vida necesita fluir, fuera del riel, pero dentro del sendero que guía el corazón.
La naturaleza revela colores que existen con más fuerza que la palabra. Mira.
Integrarse en ella es saberse en un lugar donde todo se viste de belleza, magia y misterio. Siente.
Contemplar la vida que, a veces emerge, a veces se sumerge, pero nunca deja de latir. Despierta.
Estar en el camino implica necesariamente el arte de ir o quedarse.
Darse un destino a uno mismo es inevitable y, sea cual sea, llevará consigo el peso de que solo a través de nosotros caminamos.
Nosotros y el camino, nosotros y aquello que elegimos (o no) cargar, nosotros y quien camina a nuestro lado, nosotros y quien nos atraviesa, nosotros y a quien atravesamos.
Y más allá del ritmo, la velocidad o la dirección, importa que en este viaje yo me destino, tú te destinas y él se destina.
Que esa decisión sea personal e intransferible.
El Cerrado es poesía revelada, belleza y libertad.
Es un lugar que da la sensación de renacer cada vez que el sol nace y de ser acogido cada vez que se pone.
Sus aguas, sus colores, sus sabores arrebatan e incendian el alma.
Fuego que arde a simple vista.
No se trata de estar completo, sino de reconocer la fuerza que existe en cada fragmento dejado cuando la vida lo desgarra todo.
Está lejos de lo que la mente piensa y muy cerca de lo que el alma desea.
No tiene que ver con la espera, sino con lo que uno es ahora, en su forma más primitiva y pura.
Cargado de furia, delirio y embriaguez.
Hecho para incendiar. Voraz. Visceral.
Algo que brilla y quema. Excita e inflama.
Una inquietud constante, pero también rendición, entrega y redención.
Reconocimiento y perdón. Alivio y renacimiento.
Las luces de la ciudad dibujan un camino seductor que muchas veces conduce a lugares solitarios.
La ciudad y sus multitudes nos colocan dentro de nosotros mismos, nosotros, solos.
La ciudad y sus días nublados necesitan corazones solares. Soles. ¿Sois?
La ciudad clama por una llama que jamás se apaga.
Un cuerpo que nunca duerme.
Una vida que no deja de latir.
Las luces dicen que es posible.
¿Enciendes o asciendes?
Metrópolis, laberintos, vértigo.
Escombros, esquinas. ¿Almas vacías?
El revés del revés del revés.
Ritmo veloz, vivaz. ¿Vivo?
Recomienzo, concreto, resistencia.
Se dilata, se expande. ¿Hay espacio?
Sonidos, luces, insomnio.
Encuentros, despedidas. ¿Existe el amor?
Un sueño más se [des] hace.
Silencio y luz es una danza de sentimientos en una habitación oscura.
Una sinfonía que no todos pueden oír.
Porque es necesario volverse hacia adentro, silenciar el mundo y proyectar luz en lo más profundo del interior para, quizás, ver una sombra.
No se trata de lo que se revela, sino de lo que se quiere esconder.
Esta serie está basada en un poema del libro Ensayos fotográficos de Manoel de Barros.
Son retratos de muchos silencios.
El silencio que camina por la noche y elabora respuestas, despedidas, reencuentros y nuevos comienzos.
Vive en las casas vacías, en las aglomeraciones, en el pecho cargado de tanto sentir y en la boca de quien espera.
El silencio que el viento sopla al mover las ramas secas y que habita en las sombras que esconden misterios.
Al adentrarse en el Atacama, la sensación es que todo está en su justo lugar; lo que quedó, pertenece a este desierto que un día fue mar.
Cada paso guía por paisajes místicos, con colores contrastantes y texturas fascinantes.
Cada disparo fotográfico es una muestra de reverencia hacia un lugar cargado de memoria, donde se puede sentir la tierra vibrar como forma de contar cada historia escondida.
Detente. Observa. Reposa la mirada. Calma el alma. Renueva la mente. Repiensa la vida. Vuelve a empezar.
Pero no sin antes descansar.
Fotografiar en Sudáfrica fue el inicio de un viaje en la fotografía impulsado por el miedo y la curiosidad.
Todo guiado, básicamente, por el instinto y el deseo de aprender sobre algo tan distinto de la realidad cotidiana.
Una experiencia impregnada de adrenalina por saberse dentro del territorio del depredador, y al mismo tiempo, por observar la belleza de la coexistencia entre animales tan distintos, que parecen regirse por un código invisible de respeto mutuo.
Esta serie nació de una sensación de ahogo desencadenada durante la pandemia de 2020.
De repente, ya no era seguro transitar más allá de los recuerdos de lo vivido.
En el intento de permanecer vivos, nos encerramos.
Mientras tanto, la vida, aparentemente suspendida, se preguntaba:
¿Existe vida aquí dentro o solo es posible allá fuera?
Fernanda observaba el color vívido por todo Nueva York.
El color atraía su mirada en las calles de la ciudad, en las alturas de los edificios, en los detalles, en las ventanas y pasarelas.
Así descubrió que el amarillo conquistaba los más bellos escenarios de una ciudad viva e intensa.
Las obras registradas en Yellows of New York comenzaron con la curiosidad de encontrar ese color que clamaba por atención. Y por un disparo fotográfico.
Crear mosaicos con fotografías nació del reconocimiento de que la vida está hecha de pequeños fragmentos que forman nuevos escenarios con cada movimiento.
Porque nada es permanente y todo adquiere un nuevo significado.