Fuego, Aire, Agua y Madera. Cuatro fuerzas. Cuatro caminos.
El Fuego surgió en un atardecer en Dubái, cuando un globo se alzó lentamente, calentado por el soplo incandescente. Entre ansiedad y fascinación, ascendí a los cielos para descubrir lo que el desierto guarda en silencio.
El Aire me envolvió en ligereza. En el vuelo, el tiempo cesó. Sin prisa, solo el silencio y el horizonte infinito, donde las dunas y el cielo se tocan.
El Agua, discreta y poderosa, apareció en las calles de Dubái, en las antiguas torres de viento y en los aljibes que refrescaban hogares durante siglos, y en la fuente de Hiroshima, donde el flujo incesante me enseñó a callar.
La Madera, en los acantilados de Big Sur, mostró rostros ocultos, ojos grabados en los troncos, secretos que solo se revelan a quien se atreve a mirar de cerca.
Juntos, los elementos se equilibran y, en el encuentro entre ellos, late la propia vida.