Esta serie nace de la creencia de que la fotografía tiene el poder de acceder, revelar y conectar dolores.
Y más allá de eso, puede ser también una herramienta capaz de resignificar este y tantos otros sentimientos.
En un momento de extrema vulnerabilidad, tras haber tenido mi casa invadida por asaltantes —aunque no estuviera presente— viví el sentimiento de ver mi hogar violado, mi intimidad expuesta, y fui testigo de cómo el lugar que debería ser sinónimo de refugio se transformó en miedo.
No fui víctima de violencia doméstica, pero me di cuenta de que mi propia casa había dejado de ser un lugar seguro. Me sentí usurpada e impotente ante la violencia y, al comprender que esta es una realidad recurrente en la vida de muchas mujeres que a diario sufren violencia doméstica, decidí actuar usando la herramienta en la que creía como puente directo hacia el alma de cualquier persona: la fotografía.
Impulsada por un torbellino de emociones, concebí una serie que no solo revelara mis propias angustias ante lo que me ocurrió, sino que arrojara luz sobre el sufrimiento al que son sometidas tantas mujeres dentro de sus propios hogares.
El dolor nos iguala y, en este caso, me condujo hacia dolores aún mayores y hacia cuestiones que deben ser expuestas, primero para nosotras mismas, y con urgencia, para toda una sociedad que insiste en cerrar los ojos ante la violencia de género.
Yo quería una respuesta, no una respuesta vengativa, sino una acción que produjera algo bueno: una respuesta reveladora.